Nos pasa a veces que tenemos la sensación de que no hemos conseguido objetivos largamente deseados. Nos hemos quedado por el camino o bien nunca hemos sabido continuar una vez iniciados y alcanzados una parte de ellos. El ejemplo con el que muchos nos podemos identificar es el aprendizaje de un idioma. ¿Cuantas veces hemos empezado y abandonado? Tiene que ver quizás con que las expectativas que generamos son poco realistas o bien hay una parte nuestra que cuando llega el momento de consolidar lo adquirido se desinfla i dispersa por uno u otro motivo. Generalmente es nuestro sistema emocional el que fluctúa e interfiere arrastrándonos a antiguos programas de fracaso que hacen que, una vez más, embarranquemos. Cuando finalmente lo reconocemos es cuando toca lidiar con la decepción de no haberlo conseguido. Siempre estarán los eternos optimistas que dicen que se ha de perseverar y que se ha continuar luchando contra viento y marea, que el fracaso no existe, etc. Aún que queramos pensar de esta forma, de bien seguro que nuestro “pepito grillo” interno nos dice que sí que hemos fallado, que las cosas no se han concretado como habíamos pensado.
Tomar distancia del proyecto e intentar verlo a “vista de pájaro” nos puede ayudar a reconocer algunos detalles que habíamos obviado y que pueden tener que ver con el fallido desenlace. Sería interesante poder replantearnos un cambio de estrategia antes de intentar de nuevo ir a por nuestro codiciado objetivo. ¿Nos habríamos de permitir generar preguntas que nos lleven a establecer un nuevo planteamiento antes de volver a intentarlo?. Si vuelvo por el mismo camino es muy posible que también recaiga en los mismos errores. Por otra parte, hemos de ser honestos y pensar si realmente deseamos aquello que proyectamos o estamos imitando el modelo de otros que bien pueden ser familiares, amigos o simplemente conocidos.
Sin duda en toda esta ecuación tiene mucho que ver lograr una buena motivación y equilibrio personal que nos lleve a ir trabajando con método y con una buena planificación. Saber modular bien nuestras emociones es fundamental para no venirnos abajo en el primer obstáculo que surja. Saberse adaptar a los cambios en el camino también forma parte de la capacidad para lograr nuestro objetivo final. Hay factores externos con los que quizás no contábamos y que se cruzan por el camino. Será momento entonces de pausarse y ver por donde seguimos, sin precipitaciones ni decisiones impulsivas. Cuando nos tensamos en exceso hemos de relajar y al revés cuando nos aflojamos hemos de volver a coger un buen tono. Saberse manejar en este tira y afloja es lo que nos va a permitir avanzar sin llegar a extremos que nos desplacen hasta un punto que nos lleve al abandono y una vez mas ¡a la decepción!. Saber encontrar un buen ritmo personal es clave en todo este proceso. Cada uno tiene el suyo y lo ha de descubrir. Siempre la mejor guía son las buenas sensaciones que nos comporta estar en nuestra propia onda. Sentir que vamos progresando nos impulsa hacia adelante. Es como si creáramos una corriente que a medida que la alimentamos se hace más intensa y nos va empujando suavemente hacia nuestro destino. Y, como no, al mismo tiempo, disfrutando del camino que vamos recorriendo. Parando en mesetas para coger fuerza y valorando todo lo que vamos consiguiendo.
La decepción ha de ser un aprendizaje que hemos de saber escuchar y que nos ha de ayudar a reinventarnos.
Es una oportunidad para replantearse hacer las cosas de otra forma y poder finalmente constatar que, en ocasiones, aunque sea doloroso, hemos de pasar por ella.
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